NO LO INTENTÉIS EN CASA LEVEL 1

Niños, no lo intentéis en casa.





Aquí la reacción de Mr. Joseka, friki, granaíno, seseante y ceceante, a quien la italianna "le tira un peo encima y lo deha rubio".

¡CAMAREEROO! HAY UNA BLENORRAGIA EN MI SOPA, Y ENCIMA ESTÁ PASADA

Huyendo de una gata parda, me colé por el desván de doña Paqui Dermo donde fui a topar con un ejemplar de cuidado:



A la vista de semejante título, comprenderéis que se me hiciera la boca piorrea y el culo pisicola y no pudiese evitar echarle la zarpa:



Así pues, habiéndome sumergido en el maravilloso mundo de la sifilografía, los chancros simples y agudos, habiendo hecho viajes extragenitales (ficiticios) y demás, pensé que no podía dejar de compartir tan apetitoso y sonoro menú con mis queridos lectores de El Cleptómono.

¡Periostitis, herpes vulvar, heredosífilis, uretritis gonocócica, leucoplasia, melingomielititis!

¡Todo esto y mucho más en el TRATADO ELEMENTAL DE LAS ENFERMEDADES VENÉREAS que el doctor Ch. Audry tuvo la deferencia de escribir en 1904, y nosotros de presentaros en exclusiva!

Allá van el prefacio y uno de los mejores fragmentos, que mis monos han transcrito con sus mejores deseos y sus náuseas con amor.


TRATADO ELEMENTAL DE LAS ENFERMEDADES VENÉREAS

POR EL DOCTOR


CH. AUDRY


PROFESOR DE LA CLÍNICA DERMATOLÓGICA Y SIFILOGRÁFICA EN LA FACULTAD DE MEDICINA DE TOLOSA


Segunda edición enteramente refundida con figuras

Traducción española de los doctores


M. MONTANER DE LA POZA


y


M. MONTANER TOUTAIN

con un prólogo y notas del doctor

DON JAIME PEYRI ROCAMORA


Catedrático de dermatología y sifilografía en la Facultad de Medicina de Barcelona


1919


PREFACIO

Es este un libro escolar, y por lo tanto elemental. He escrito para los estudiantes que tienen ya conocimientos de patología general, interna y externa y que deben abordar el estudio de la veneorología. Por este motivo, he debido eliminar algunas veces datos interesantes, pero de segundo orden y atenerme a la práctica más sencilla. Por lo demás, no deben buscar aquí más que lo que pueden encontrar: justamente lo más necesario para estar en aptitud de seguir con fruto un dispensario o una clínica de sifilografía; lo mismo que la dermatología, no se aprende aquélla en los libros ni en las imágenes; es preciso ver al enfermo.

He prescindido sistemáticamente de todo aparato de erudición. No hay más nombres propios que aquellos que no está permitido ignorar ni al práctico más modesto. No he dado ninguna indicación bibliográfica.

Sólo las correspondientes a un año, llenarían un volumen mayor que éste.

Digo todo esto para que por si casualidad llegase esta obra a un veneorólogo instruido, no espere encontrar más que lo que he tratado de poner: enseñanza para los alumnos.

Aun cuando estableciendo modificaciones numerosas y necesarias al texto de la primera edición, he cuidado de que la obra conserve su carácter enteramente "escolar".

No está en la mano de un hombre sólo redactar una obra, aun cuando sea elemental, que trate del conjunto y los detalles de la sífilis. Este manual sólo puede servir de introducción al estudio clínico de la venereología.

El autor no tiene otra ambición.



BLENORRAGIA DEL HOMBRE ADULTO

Artículo III


Uretritis gonocócica aguda


Síntomas. - Síntomas subjetivos.- El enfermo se da cuenta del principio de la blenorragia por una comezón ligera y continua que siente a nivel de la fosa navicular.

Poco después, o casi al mismo tiempo, se manifiesta no un verdadero flujo, sino una exudación o secreción poco abundante que hace que los labios del meato se adhieran entre sí a la camisa.

Los primeros fenómenos dolorosos aparecen en el curso de la micción y son muy variables; unas veces la uretra está sencillamente sensible, como pruriginosa, y otras la micción es en extremo penosa, sobre todo a nivel del meato y del segmento peniano: los enfermos comparan este dolor al del hierro enrojecido, etc.

Entre las diversas micciones existe continuamente una sensación de molestia y calor.

La micción es difícil, lenta y penosa. Cuando la blenorragia es plenamente uretral, no se efectúa más a menudo que de ordinario. Algunas veces se comprueba una retención urinaria completa que hace necesario el cateterismo durante uno o varios días.

Uno de los accidentes más penosos de la blenorragia está constituido por la erección dolorosa que se produce sobre todo durante el sueño, el cual queda interrumpido por esta causa. En ciertos casos la blenorragia particularmente intensa, es decir, cuando la inflamación es tal que la mucosa y los tejidos subyacentes se infiltran de modo que pierden su flacidez y elasticidad la erección no puede ya efectuarse por entero; el miembro se hace incompletamente extensible y describe una curva de concavidad posterior. Esta curva se endereza espontánea o artificialmente, como consecuencia de la desgarradura de los tejidos infiltrados. Se dice que la "cuerda se ha roto". Esta ruptura, que representa en suma una ruptura incompleta de la uretra, se acompaña siempre de dolor violento y de hemorragia abundante; constituye un accidente grave puesto que en el sitio que ocupaba, es decir, en el ángulo penoescrotal, deja una estrechez cicatricial anular muy retráctil y difícil de tratar.

De una manera general, los síntomas dolorosos durante la micción y la erección son menos pronunciaos en el curso de las recidivas, las cuales tienen generalmente una marcha menos aguda que el primer ataque.

Si no hay complicaciones, el estado general se conserva intacto y la enfermedad se comporta como una afección exclusivamente local. Debo decir, sin embargo, que así siempre la blenorragia se acompaña desde su principio de una adenitis inguinal ligera algo dolorosa, pero efímera y sin gravedad.

Menos mal.

Ha informado: WILLY ROE RATAS

ESTO SÍ QUE ES UN CUENTO... ¿O NO?


¡Saludos, pequeños y grandes lectores! Hoy presentamos una traducción exclusiva de El Cleptómono, dirigida y coproducida por Willy Roe Ratas.

No es que nos paguen por publicitar a Roald Dahl, pero ya que nos han regalado 10 de sus libros originales, los hemos aprovechado para ocupar a los monos en mejorar sus conocimientos de inglés.

Por votación y/o al azar, hemos escogido entre todos esos libros el titulado George's Marvellous Medicine - La Maravillosa Medicina de George, del que presentamos la traducción original (si es que puede decirse así) del primer capítulo.

No es por animaros a la lectura, pero a los más curiosos les interesará saber que Dahl se inspiró en el culo de su perro Chopper para escribir este libro.

Por otro lado, como sabemos que no os quitará el sueño, comunicamos que, si nos aburrimos lo suficiente, pondremos a trabajar al par de burros de la sección de Asturiasnos para traducirlo también al asturiano, bable (léase béibol) o semejante.




LA MARAVILLOSA MEDICINA


DE GEORGE



traducción del primer capítulo del original






George's Marvellous Medicine


de


Roald Dahl

traducido por WILLIE ROE RATAS





ADVERTENCIA A LOS LECTORES: No intentéis hacer la Maravillosa Medicina de George vosotros mismos en casa. Podría ser peligroso



Capítulo I

LA ABUELA


- Voy a comprar al pueblo - le dijo la madre de George a George el sábado por la mañana.

- Así que sé un buen chico y no hagas ninguna travesura.


En cualquier caso, fue algo muy estúpido decirle aquello a un niño pequeño. Inmediatamente le hizo preguntarse qué clase de travesura podría hacer.

-Y no olvides darle a la abuela su medicina a las once en punto - dijo la madre. Entonces salió, cerrando la puerta detrás de ella.

La abuela, que estaba cabeceando en su silla junto a la ventana, abrió uno de sus malvados ojillos y dijo:

- Ya has oído lo que ha dicho tu madre, George. No te olvides de mi medicina.

- No, abuela – dijo George.

- Y a ver si intentas portarte bien por una vez mientras ella está fuera .

- Sí, abuela – dijo George.

George estaba aburrido como una ostra. No tenía hermanos ni hermanas. Su padre era granjero y la granja donde vivían estaba lejísimos de cualquier sitio, así que nunca había ningún niño con quien jugar. Estaba cansado de quedarse mirando fijamente a los cerdos, las gallinas, las vacas y la oveja.



Estaba especialmente cansado de tener que vivir en la misma casa que esa vieja quejica gruñona de la abuela. Ocuparse de ella él solo no era precisamente el modo más excitante de pasar un sábado por la mañana.

- Puedes prepararme una buena taza de té para empezar – le dijo la abuela a George. – Eso te mantendrá alejado de tus travesuras durante unos minutos.






- Sí, abuela – dijo George.

George no podía evitar tenerle antipatía a la abuela. Era una vieja gruñona y egoísta. Tenía los dientes marrones y una boca maliciosa y pequeña, como el culo de un perro.

- ¿Cuánto azúcar quieres hoy en el té, abuela? – le preguntó George.


- Una cucharada – dijo ella.- Y sin leche.

Muchas abuelas son señoras mayores adorables, amables y atentas; pero no ésta. Se pasaba todos y cada uno de los días sentada en su silla junto a la ventana, y siempre estaba quejándose, refunfuñando, maldiciendo, renegando o protestando por esto o por aquello.

Nunca jamás, ni siquiera en sus mejores días, había sonreído a George y le había dicho "Bueno, ¿qué tal estás esta mañana, George?" o "¿Qué tal si jugamos tú y yo a La Escalera?" o "¿Qué tal te ha ido hoy en la escuela?". No parecía preocuparse más que por ella misma. Era una mezquina vieja cascarrabias.

George fue a la cocina y le preparó a la abuela una taza de té con una bolsita. Le puso una cucharada de azúcar y nada de leche. Removió bien el azúcar y llevó la taza al salón.

La abuela sorbió el té.

- No está bastante dulce, – dijo – ponle más azúcar.

George llevó la taza de nuevo a la cocina y añadió otra cucharada de azúcar.

-¿Dónde está el platillo? – dijo ella. – No voy a tomarme una taza de té sin el platillo.

George fue a buscarle un platillo.

- ¿Y qué pasa con la cucharilla del té, si no te importa?

- Ya lo he removido yo por ti, abuela. Lo he removido bien.

- Ya removeré yo mi propio té, muchas gracias – dijo ella. – Tráeme una cucharilla de té.

George le trajo una cucharilla de té.

Cuando la madre o el padre de George estaban en casa, la abuela nunca daba órdenes a George de ese modo. Solamente cuando le tenía para ella sola empezaba a tratarle mal.

- ¿Sabes qué es lo que pasa contigo? – dijo la anciana, mirando fijamente a George por encima del borde de la taza con sus brillantes y malvados ojillos.

- Estás creciendo demasiado rápido. Los niños que crecen demasiado rápido se vuelven estúpidos y vagos.

- Pero yo no puedo evitar crecer rápido, abuela – dijo George.

- ¡Claro que puedes! – exclamó. – Crecer es un repugnante hábito de los niños.

-Pero tenemos que crecer, abuela. Si no lo hiciéramos, nunca seríamos adultos.

-Tonterías, niño, tonterías – dijo ella. – Mírame a mí. ¿Estoy creciendo? Está claro que no.

-Pero una vez lo hiciste, abuela.

-Pero solo muy poquito, – contestó la vieja– dejé de crecer cuando era muy pequeña, al mismo tiempo que dejé todos los demás repugnantes hábitos infantiles como la vagancia, la desobediencia, la glotonería, el despiste, el desorden y la estupidez. Tú no has dejado ninguna de estas cosas, ¿a que no?

-Todavía soy solamente un niño pequeño, abuela.

-Tienes ocho años – bufó ella – Eso es edad suficiente para saber lo que haces. Si no paras de crecer pronto, será demasiado tarde.

-¿Demasiado tarde para qué, abuela?

-Es ridículo, – prosiguió ella – ya eres casi tan alto como yo.

George miró detenidamente a la abuela. Realmente era una persona diminuta. Sus piernas eran tan cortas que necesitaba tener una banqueta sobre la que sostener sus pies, y su cabeza quedaba sólo a medio camino de la espalda del sillón.

-Papá dice que es bueno para un hombre ser alto – dijo George.

-No escuches a tu papá – dijo la abuela – escúchame a mí.

-¿Pero qué puedo hacer yo para dejar de crecer? – le preguntó George.

-Come menos chocolate – dijo la abuela.

-¿El chocolate te hace crecer?

-Te hace crecer en la dirección equivocada – le espetó – Hacia arriba en vez de hacia abajo.

La abuela sorbió un poco de té sin quitar sus ojos del chico, que permanecía de pie delante de ella.

-Nunca crezcas – dijo – siempre hacia abajo.

-Sí, abuela.

-Y deja de comer chocolate. Mejor come repollo.

-¡Repollo! Oh no, no me gusta el repollo – dijo George.






-No es lo que te gusta o lo que no te gusta – bufó la abuela – es lo que es bueno para ti lo que cuenta. A partir de ahora, tendrás que comer repollo tres veces al día. ¡Montañas de repollo! Y si encima tiene gusanos, ¡mucho mejor!


-¡Puaj! – dijo George.

-Los gusanos son buenos para el cerebro – repuso la anciana señora.

-Mamá los lava en el fregadero – replicó George.

-Mamá es tan estúpida como tú – dijo la abuela.

-El repollo no sabe a nada sin unos pocos gusanos hervidos con él. Y con babosas también.


-¡Oh no, babosas no! – gritó George – ¡No puedo comer babosas!

-Siempre que veo una babosa viva en una hoja de lechuga, - dijo la abuela – la engullo rápidamente antes de que se escape. Delicioso. – Estrujó sus labios uno contra otro de tal modo que su boca se convirtió en un pequeño agujero arrugado.

-Delicioso – dijo de nuevo. – Gusanos, babosas y chinches*. No sabes lo que es bueno.

-Abuela, estás de broma.

-Yo nunca bromeo – dijo ella. – Los escarabajos son quizá lo mejor de todo. ¡Crujen!

-¡Abuela! ¡Es espantoso!

La vieja bruja esbozó una sonrisa burlona, enseñando sus dientes marrones.

-Algunas veces, si tienes suerte – dijo – puedes encontrar un escarabajo en un trozo de tallo de apio. ¡Eso sí que me gusta!

-¡Abuela! ¿Cómo puedes ser capaz?

-Puedes encontrar un montón de maravillas en trozos de apio crudo. A veces son tijeretas.

-¡No quiero saberlo! – gritó George.



-Una tijereta bien grande y gorda es algo muy sabroso – dijo la abuela, relamiéndose. – Pero tienes que ser muy rápido, querido, cuando te metes una de ésas en la boca. Tiene un par de afiladas pinzas al final de la cola y, si te echa mano con ellas, no te suelta nunca. Así que tienes que morder primero a la tijereta, chop chop, antes de que ella te muerda a ti.

George empezó a retroceder cuidadosamente hacia la puerta. Quería largarse lo más lejos posible de aquella asquerosa vieja.

-Estás intentando escaparte de mí, ¿verdad? – dijo ella, señalando con el dedo la cara de George. – Estás intentando escaparte de la abuela.

El pequeño George permaneció junto a la puerta mirando fijamente a la vieja bruja en su silla. Ella le devolvió la mirada.

¿Puede ser – se preguntó George – que sea realmente una bruja? Siempre había pensado que las brujas solamente existían en los cuentos de hadas, pero ahora no estaba muy seguro.

- Acércate, pequeño – dijo ella, haciéndole señas con un dedo rugoso. – Acércate y te contaré secretos.

George no se movió.

La abuela tampoco se movió.

- Conozco un montón de secretos maravillosos – dijo, y de repente sonrió. Era una fina sonrisa helada, de ésas que una serpiente podría dedicarte justo antes de darte un mordisco.

George dio un paso atrás, dirigiéndose con cuidado hacia la puerta.

-No debes asustarte de tu vieja abuela – dijo, con su sonrisa glacial.

George dio otro paso atrás.


- Algunos de nosotros – continuó ella, al mismo tiempo que se inclinaba hacia delante en su silla y susurraba con una voz ronca que George jamás le había oído antes.


– Algunos de nosotros, - dijo – tenemos poderes mágicos que pueden convertir a las criaturas de esta tierra en figuras maravillosas...


Un hormigueo de electricidad recorrió de arriba a abajo la columna vertebral de George. Empezaba a sentirse asustado.

- Algunos de nosotros – continuó la anciana – tenemos fuego en nuestras lenguas y chispas en nuestras barrigas y magia en las puntas de nuestros dedos... Algunos de nosotros conocemos secretos que podrían hacer que las puntas tus cabellos se erizasen y que los ojos te saltasen de las cuencas...

George sintió deseos de echar a correr, pero sus pies parecían estar pegados al suelo.

- Sabemos cómo hacer que se te caigan las uñas y te crezcan dientes en su lugar.

George empezó a temblar. Lo que más le asustaba de todo era su cara, la sonrisa congelada, los impasibles ojos brillantes.

-Sabemos cómo hacer que te despiertes por la mañana con una larga cola saliendo por detrás de ti.

-¡Abuela!- gritó él - ¡Para!

-Nosotros sabemos secretos, querido, acerca de lugares oscuros donde viven cosas siniestras deslizándose y retorciéndose unas contra otras...

George se abalanzó sobre la puerta.

-Da igual lo lejos que corras – le escuchó decir – nunca podrás escapar...

George corrió hacia la cocina, dando un portazo detrás de él.




*lo de 'chinches', la verdad, me lo he inventado, porque no tengo ni idea de lo que son 'beetley bugs' exactamente. Con Dios.

EL CLEPTÓMONO Y LA PIEDRA FILOSOFAL

Hoy, ¡micciones frescas! la Asamblea de los Monos en conjunto con Pítocles, presenta una nueva edición del Miccionario con...


EL CLEPTÓMONO y La Piedra Filosofal


¡CLOOONG! Y a filosofar...

Pues bien, amigos, lectores, y demases, esta nueva edición no es sino un intento de acercar al gran público (esos cuatro gatos que nos leen) un descubrimiento científico sin parangón: LA PIEDRA FILOSOFAL.

Sometidos varios monos al contundente impacto de LA PIEDRA FILOSOFAL, hemos creado este espacio para publicar las inspiradas reflexiones que marcarán la filosofía de EL CLEPTÓMONO en los artículos por ellos producidos.



¡CLONG! iluminador según el MONO 1: Refanfinfling attitude

En el bastón de BALZAC aparecía escrito...


"Rompo todos los obstáculos"


En el de KAFKA...




"Todos los obstáculos me rompen"


En el mío...

Faustulus



"ME PARTO con todos los obstáculos"



CUENTOS EN VERSO PARA NIÑOS PERVERSOS: lo que nunca te contaron de... LOS TRES CERDITOS

¡Qué poco sabemos sobre nosotros mismos y qué poco sabemos también sobre los humanos! Por eso intentamos que nuestra labor sea reveladora. A ti, pequeño bicho investigador de dos o cuatro patas, te dedicamos la verdad que hemos descubierto sobre...

LOS TRES CERDITOS



El animal mejor que yo recuerdo
es, con mucho y sin duda alguna, el cerdo.

El cerdo es bestia lista, es bestia amable,

es bestia noble, hermosa y agradable.

Mas, como en toda regla hay excepción,

también hay algún cerdo tontorrón.


Dígame usted si no: ¿qué pensaría

si, paseando por el Bosque un día,

topara con un cerdo que trabaja

haciéndose una gran cas
a... de paja?
El Lobo, que esto vio, pensó: "Ese idiota

debe estar fatal de la pelota...


"¡Cerdito, por favor, déjame entrar!".

"¡Ay no, que eres el Lobo
, eso ni hablar!".
"¡Pues soplaré con más fuerza que el viento

y aplastaré tu casa en un momento!".

Y por más que rezó la criatura

el lobo destruyó su arquitectura.

"¡Qué afortunado soy! -pensó el bribón-.

¡Veo la vida de color jamón!".

Porque de aquel cerdito, al
fin y al cabo,
ni se salvó el hogar ni quedó el rabo.


El Lobo siguió dando su paseo,

pero un rato después gritó: "¿Qué veo?

¡Otro lechón adicto al bricolaje

haciéndose una casa... de ramaje!


"¡Cerdito, por favor, déjame entrar!".

"¡Ay no, que eres el Lobo, eso ni hablar!".

"¡Pues soplaré con más
fuerza que el viento
y aplastaré tu casa en un momento!".


Farfulló el Lobo: "¡Ya verás, lechón!",

y se lanzó a soplar como un tifón.

El cerdo gritó: "¡No hace tanto rato

que te has desayunado! Hagamos un trato...".

El Lobo dijo: "¡Harás lo
que yo diga!".
Y pronto estuvo el cerdo en su barriga.

"No ha sido mal almuerzo el que hemos hecho,

pero aún no estoy del todo satisfecho

-se dijo el Lobo-. No me importaría

comerme otro cochino a mediodía".


De modo que, con paso subrepticio,

la fiera se acercó hasta otro edificio

en cuyo comedor o
tro marrano
trataba de ocultarse del villano.


La diferencia estaba en que el tercero,

de los tres era el menos majadero

y que, por si las moscas, el muy pillo

se había hecho la casa... ¡de ladrillo!


"¡Conmigo no podrás!", exclamó el cerdo.

"¡Tú debes de pensar
que yo soy lerdo!
-le dijo el Lobo-. ¡No habrá quien impida

que tumbe de un soplido tu guarida!".


"Nunca podrá soplar lo suficiente

para arruinar mansión tan resistente",

le contestó el cochino con razón,

pues resistió la casa
el ventarrón.

"Si no la puedo hacer volar soplando,

la volaré con pólvora... y andando",

dijo la bestia, y el lechón sagaz

que aquello oyó, chilló: "¡Serás capaz!"

y, lleno de zozobra y de congoja,

un número marcó: "¿Familia Roja?".


"¡Aló! ¿Quién llama? -le contestó ella-.

¡Guarrete! ¿Cómo estás? Yo
aquí, tan bella
como acostumbro, ¿y tú?". "Caperu, escucha.

Ven aquí en cuanto salgas de la ducha".

"¿Qué pasa?", preguntó Caperucita.

"Que el Lobo quiere darme dinamita,

y como tú de Lobos sabes mucho,

quizá puedas dejarle sin cartuchos".

"¡Querido marranín, porqu
ete guapo!
Estaba proyectando irme de trapos,

así que, aunque me da cierta pereza,

iré en cuanto me seque la cabeza".


Poco después Caperu atravesaba

el Bosque de este cuento. El Lobo estaba

en medio del camino, con los dientes

brillando cual puñales relucientes,

los ojos como brasas en
cendidas,
todo él lleno de impulsos homicidas.


Pero Caperucita, -ah
ora de pie-
volvió a sacarse el arma del corsé

y alcanzó al Lobo en punto tan vital

que la lesión le resultó fatal.


El cerdo, que observaba ojo avizor,

gritó: "¡Caperucita es la mejor!".

¡Ay, puerco ingenuo! Tu pecado fue

fiarte de la chica del corsé.


Porque Caperu luce últ
imamente
no sólo dos pellizas imponentes

de Lobo, sino un maletín de mano
hecho con la mejor... ¡piel de marrano!



'cuentos en verso para niños perversos'

ROALD DAHL
, Versión en castellano de Miguel Azaola

UN DIÁLOGO DE BESUGOS

Saludos, navegantes atrapados en la red. El órgano directivo de El Cleptómono comunica que hoy ha llegado a nuestras costas, debido a la reciente publicación de un artículo de nuestro compañero Willy Roe Ratas (Lo que nunca quisiste saber sobre los caracoles pero aún así vamos a contarte) la carta de un lector que manifiesta su indignación, haciéndonos llegar su particular historia.

Transcribimos literalmente su aletescrito y lo colgamos aquí en el Miccionario, al alcance de todos nuestros lectores.


UN DIÁLOGO DE BESUGOS



Gris, suaves reflejos más o menos rojizos, flancos y vientre plateados. Mancha rojo oscuro en el borde superior del interior de las pectorales. Cabeza fuerte. Diámetro del ojo mayor que la longitud del hocico. Cuerpo rechoncho pero alto. Las largas pectorales no alcanzan nunca el ano.

63 centímetros de perfección, 5 kilos y 59 gramos de nutritiva belleza. Discreto pero elegante.

¡Por las barbas del siluro, si es que estoy buenísimo! Hemos de reconocerlo: a pesar de ser un pez marino muy común, no hay espárido más hermoso en las costas europeas, desde la zona tropical del Atlántico hasta Noruega, ¡ni siquiera en el Mar Mediterráneo!

Y soy capaz de comerme a quien diga lo contrario. De hecho, hasta me vendría bien: ser un besugo vegetariano en esta sociedad carnívora echaría por tierra mi reputación de no ser por mi admirada belleza. No en vano los castellano-parlantes emplean, además de la palabra besugo; el vocablo voraz para referirse a un ejemplar de nuestra especie.

Podría parecer vanidad pero puedo asegurar que, después de haber eclosionado junto a mi casi medio millón de hermanos, fui el más precoz: el primero en abandonar el estado larvario y dejar de formar parte del plancton, cuando contaba tan sólo con 1 año, 9 meses y 41 días de edad.

Tras el abandono de papá y mamá y tras perder de vista a la mayor parte de mis hermanos tenía pensado forjar mi carácter en solitario, escama a escama. Lo de todo alevín... nadar, conocer mundo, dar respuesta a mis preguntas, quizá adentrarme hasta los 300 metros de profundidad, pedir consejo a los ancianos.

Pero no tardé en darme cuenta de que a cada coletazo que daba, los bancos más próximos giraban en perfecta formación, los moluscos se ocultaban torpemente y un escalofrío recorría el pedúnculo caudal de los sargos.

El día de la revelación se produjo poco después, cuando, pensando en mis cosas como iba, tropecé con una enorme dorada.

- ¡A ver si miras dónde pones las aletas! - me escupió. Pero acto seguido nos miramos y se hizo el silencio.

Nos miramos, es decir, ella me miró y yo me miré. Oh sí, os digo que, reflejado en aquel plateado dorso, vi al que podría decirse el más bello de todos los teleósteos perciformes.

En ese mismo momento comprendí que yo no era un cualquiera. Comenzaron a lloverme ofertas para formar parte de los bancos más prestigiosos. Todas las mañanas me acicalaba frente a una concha de almeja pulida, pulpeaba con las jóvenes hembras, hacía amago de sorber algún calyptraea chinensis. Pero poco sabían mis admiradores y conocidos cuánto se alejaba eso de mis auténticos intereses. Mi misión era la Belleza, pero la Belleza con mayúsculas; nada de tonterías de pintarse los morritos con coral importado.

Decidí que lo mejor sería procurarme una buena formación: pronto alcanzaría la madurez sexual, la mancha negra en el inicio de la línea lateral que caracteriza a los besugos adultos no tardaría mucho más en hacer su aparición.

Contacté en secreto con un ermitaño, un Octopus Vulgaris que gozaba de fama como gran sabio y consejero, quien me distinguió oficialmente de los Pagrus Pagrus bautizándome como Calisto (del griego kallistos: el más hermoso) y me inició en el Mar Allá.



Octopus Vulgaris

Mi maestro

Estudié Arte, Literatura, Matemáticas, Filosofía. Comprobamos que en mi torneado cuerpo se cumplía el canon de ocho aletas de Pecicleto, las perfectas medidas del Pez de Betrubio. Pero fue la Biología la que me proporcionó la palabra clave: eugenesia.

Leí infinidad de libros para informarme, compré multitud de enciclopedias, me suscribí a El Cleptómono. Pero el conocimiento traía consigo aterradoras sorpresas.

En el mundo terrenal, del que Octopus me sugirió que me alejase, éramos conocidos como animales más bien torpes y sin capacidad de conversación. ¡Diálogos de besugos, decían, refiriéndose a intercambios verbales sin sentido! ¡Santo Moby Dick! ¿Cómo podían atreverse? Besugos como yo, cultos, bellos, racionales, amantes del arte, pez de habla y aletas. ¿Acaso no conocían a nuestro tocayo, Rousseau*?

Y ¿cómo era posible que en mi enciclopedia de cortejo sexual Eres una bestia, Viskovitz, hablasen de un maldito egocéntrico hermafrodita insuficiente como es un feo caracol y no de MÍ? ¡Y que lo publicasen en El Cleptómono!

Era algo que no podía soportar. Pero lo peor vino después.

-¡¿Hermafroditas!? - me estremecí.

- En efecto - me confirmó Octopus - los besugos, al igual que el resto de los espáridos, sois hermafroditas. Iniciáis vuestra juventud siendo machos, y al pasar varios años, os transformáis en hembras. Siento no habértelo dicho antes, Calisto, pero no quería herir tus sentimientos.

Vaya, tenía que haberlo sospechado. Ya me parecía a mí que era un poco raro que sólo hubiese machos entre medio millón de hermanos.

- E..e..entonces eso significa que.. ¿no podré aparearme con Eugenia?

Ella era la besuga más perfectamente formada (después de mí), deseada por todos los peces del banco. Pero no me había atrevido a acercarme a ella hasta que estuviese verdaderamente preparado. No quería que pensase que iba a ser un pez de verano como cualquier otra. Y después de tanto esfuerzo ¡iba a convertirme en una hembra!

- Es un problema que no tengáis la misma edad. Así que tendrás que darte prisa antes de que... estire la aleta, vamos.

Contuve mis branquias durante un instante. Está bien, está bien. Había estudiado mucho y se trataba de cumplir mi sueño y mi misión. La inexorabilidad de las leyes de la naturaleza me obligaba a hacer caso a los estoicos ¿o es que acaso no tenía agallas para hacerlo?

Octopus nos concertó una cita cerca de la orilla. Pensé que un territorio inexplorado lo haría todo aún más emocionante. A la hora prevista nadé hacia allí, nervioso, pensando qué decir. No sólo importaba mi belleza, eso estaba claro que funcionaría.

Quería conquistarla con mi personalidad, con mi tono de voz, con mi modo de decirle lo hermosa que era y de contarle cosas del Mar Allá. Porque el amor no es más que un diálogo entre los besugos. Eso es lo que importa. Estoy seguro.

Era un cálido día de agosto, el sol poniéndose acentuaba los brillantes reflejos de mi torso convirtiéndolos en un magenta de ensueño. Ella se acercó aleteando tímidamente.

- ¡Eugenia! - la saludé - Estoy encantado de poder hablar contigo al fin. Bueno, aquí estoy, soy yo, Calisto.

- ¿Cenar pisto? - dijo - Bueno, sí, ya había escuchado rumores de que eras vegetariano, pero no sé... yo prefiero unas buenas gambas, ya sabes.

- Estás muy hermosa esta tarde - se me ocurrió decir, un poco aturdido.

- Oh sí, a mí también me encanta el mes de agosto - me sonrió - ¡Cuéntame algo!

Empecé a comprender por qué el lenguaje gestual era tan importante.

- ¿Sabes cómo se pueden reconocer las boñigas de los osos en agosto? - dije sacudiendo la dorsal.

- Tienes toda la razón, no hay quien soporte a esas lubinas.

- ¡Exactamente! Porque están moradas, ¡de comer arándanos!

- Me gustas mucho, Calisto.

- Yo a ti también - le respondí.


Firmado: Calisto Pagrus



Calyptraea Chinensis

Gasterópodos de concha cónica sin agujero ni escotadura


* Rousseau también significa besugo en francés



Producción exclusiva de El Cleptómono

TRAILER - MENÚ DEL DÍA: LO QUE NUNCA QUISISTE SABER SOBRE LOS CARACOLES PERO AÚN ASÍ TE VAMOS A CONTAR

¡Borja! ¡Como te ajogues te mato! ¡Termínate primero el melón! Hola, hola, hola, comensales, lectores, que una vez más acudís a Casa Compotas en busca de la garcillada que nos falta.



Nuestro catador


Como estamos en edad de crecer - bien a lo alto, bien a lo ancho - he preparado, junto a mis mejores pinches de cocina, un menú de degustación especial que hará las delicias de los más atrevidos o de los más hambrientos, una especial tradición de la cocina francesa para el depredador más exquisito y vago.


Pues sí, ¡CARACOLES!, ¿qué miras tú con ese repelús, niño? ¡Come, hijo, come, que es casero! Y para beber, os sugerimos agua de Lanjarón, que alarga la vida y ensancha el corazón. Aunque para eso mejor agua de Bezoya, ¿no? Y si no, pregúntale a Viskovitz:


¿PERO ES QUE NUNCA PIENSAS EN EL SEXO, VISKOVITZ?

¿El sexo? Ni siquiera sabía que tenía uno. Podéis imaginaros cuando me dijeron que tenía dos.


- Los caracoles, Visko - me explicaron los viejos -, somos hermafroditas insuficientes...


- ¡Qué asco! - chillé -. ¿También en nuestra familia?


- No te quepa duda, hijo. Tenemos capacidad para desarrollar tanto las funciones masculinas como las femeninas. No hay nada de lo que avergonzarse.

Me indicó con la rádula el lugar donde se encontraban ambos aparatos genitales.


- ¿Y por qué insuficientes?

- Porque podemos aparearnos sólo con otros caracoles, siempre y cuando exista una inclinación recíproca, pero nunca con nosotros mismos.

- ¿Y quién lo dice?

- Nuestras creencias, Visko. Esa otra cosa tan fea es pecado mortal, aunque sólo sea de pensamiento - me previno papamamá.


- Y también son actos impuros encerrarse demasiado en la concha, hablar consigo mismo y autocomplacerse - añadió mamapapá.

Un estremecimiento de terror me rizó el manto.

- Sería hora de que empezases a mirar a tu alrededor en busca de un buen partido; la estación reproductiva dura sólo unas pocas semanas.
Alargué perplejo los tentáculos en todas direciones.

-¡Pero si los caracoles más cercanos están a meses de camino!


- Te equivocas, hijo, hay jóvenes excelentes en este mismo vecindario.

Pero por allí cerca no veía más que a Zucotic, Petrovic y López, mis antiguos compañeros de colegio.


- Estáis de broma. No pretenderéis que yo...


- Proceden de buenas familias, con un discreto patrimonio genético y buenas perspectivas de éxito evolutivo. La belleza no lo es todo, Visko.


- Pero, ¿los habéis visto bien?


Dirigí el tentáculo rinóforo hacia Zucotic, un gasterópodo descarnado, con la concha prácticamente clipeiforme, el ojo invaginado, el ctenidio atrófico. Resultaba repugnante incluso para los depredadores. ¿Realmente querían tener nietos así?


- Ya verás como, con el tiempo, cambiarás de idea. Los caracoles tenemos un dicho: "Ama a quien esté cerca de ti, pues quien está lejos continuará estándolo".

- Antes muerto.


Saludé y me retiré al interior de la concha. Tapé cuidadosamente el opérculo y lo sellé con sales calcáreas, porque nunca se sabe lo que puede pasar.


- No está bien encerrarse así en la concha, Viskolín, la gente pensará mal.


Al cuerno la gente.


Durante los días que siguieron, por una u otra razón, no fui capaz de pensar en otra cosa que en el sexo, quiero decir, en los sexos.



Al principio eran picores indefinibles, pequeñas turbaciones hormonales que me impulsaron a detener la mirada sobre ciertas arrugas del manto de algunos caracoles, a intentar adivinar las formas bajo la concha, a admirar las sinuosas ondulaciones de su pie ventral al contraerse. Nada que me llegara a preocupar, entendámonos, o que me quitara el sueño. Algunos caracoles del huerto, morfológicamente hablando, no estaban mal, pero caracoles que de verdad encajaran conmigo, que tuvieran la clase y los requisitos zoométricos necesarios para hacer buena pareja con Viskovitz, realmente no se veía ninguno. Llegué pues a la conclusión de que no existían y de que probablemente no habían nacido todavía.

Me equivocaba.

Su majestad, la belleza gasterópoda, apareció de repente, entre las lechugas. Estaba más bien lejos, pero divisaba su deslumbrante perfil, voluptuosamente abandonada al sol, la generosidad de sus formas a duras penas contenidas en la sucinta concha.


Parbleu!


Hechizado, perdí el sueño y el apetito. De repente, para mis antenas oculares sólo existía ellaél. Empecé a secretar moco sin razón. Pero ¿qué podía hacer? ¡Mi estrella distaba de mí por lo menos dos años - caracol! Aun en el caso de que hubiera partido en aquel mismo momento y me hubiera echado a correr como un loco, incluso renunciando al letargo invernal, igualmente habría llegado allí viejo y decrépito.


A menos que... Sí, estaba pensando precisamente aquello. Aquella locura. ¿Y si también ellaél se echara a correr ami encuentro? En tal caso, el punto de encuentro habría estado entre las flores de calabaza, y nos habríamos unido como dos caracoles de mediana edad. Cuanto más pensaba en ello, más me seducía la romántica grandeza de aquel gesto. La zozobra de la anticipación. El sacrificio de la juventud por una promesa de amor. ¿Y acaso el amor no era siempre una gran apuesta? Mirarme me miraba, estaba claro que había notado mi presencia. Estaba muy, muy claro. Había que ser un bivalbo para no comprender las señas de complicidad que me enviaba con las antenas. Quién sabe por qué imaginaba que su nombre era Ljuba.


- ¡Viskooo! - gritaba mamapapá-. No está bien hablar consigo mismo, la gente pensará mal.

- Que piensen lo que quieran.


- Lo que tendrías que hacer es arreglarte, porque viene a verte el señorito López.


López avanzaba fuera de sí, babeando mucosidades y dejándose resbalar, el rostro extraviado por la lujuria, los osfradios dilatados, el mesénquima laxo, la rádula fláccida, anhelante, estaba ya a sólo dos días de distancia de mí. Pero pocas horas más lejos, cargaban también en dirección hacia mí Petrovic y Zucotic, enzarzados en una carrera a muerte por tenerme, por gozar de mi joven cuerpo. Sentí que se me helaba la hemolinfa y se me ponía rígida la cavidad paleal.

Extroflexioné el esófago en un espasmo de repugnancia.
Giré los ojos hacia la lechuga y en un instante - uno de esos instantes en los que se decide una vida - la suerte estuvo echada.

- ¡Allá voy! - grité.
Y también ellaél se movió. Tras seis meses de mantener aquella carrera, estaba destrozado. Los lances pasionales no están hechos para los moluscos, especialmente para nosotros, los caracoles. Tenía las escamas irritadas y el mesénquima hecho pedazos. Acabada la estación reproductiva, los niveles hormonales habían caído, y con ellos los ardores románticos. La juventud se había desvanecido y el moco se resecaba. Veía envejecer mi cuerpo más rápidamente de lo que cambiaba el paisaje. Si la vida es una carrera contra el tiempo, bueno, hay algo de lo que no cabe duda, y es que con los caracoles es él, el tiempo, quien parte como favorito.

Al empezar aquel viaje me había hecho ilusiones de que, por mal que fuera, en cualquier caso habría conocido mundo, territorios inexplorados y culturas extranjeras, distantes decímetros y decímetros. Pero comprendía que el mundo entero era verdura. Me había hecho la ilusión de poder cortar definitivamente con el pasado, pero cada vez que giraba las antenas, familiares y conocidos estaban siempre allí, con sus miradas cargadas de reproche, la expresión defraudada y enfurecida. Los caracoles de la infancia permanecen siempre en nuestro campo visual, y también los de nuestra vejez. Para nosotros no existen los encuentros fortuitos, y tampoco existe la intimidad. Comprenderéis ahora por qué uno necesita la concha, a pesar del trabajo que supone llevarla todo el día a cuestas.


Pero yo continuaba corriendo a su encuentro, suspirando y soñando, con los ojos abiertos, durante la noche, bajo la luz de la luna,con el perfume del perejil y la caricia del viento en las escamas. Y también ellaél venía a mi encuentro. Aquello era lo único que contaba. Llegó el invierno, y tras otros tres meses, la primavera y los brotes de las primeras flores de calabaza.

Y luego el momento tan esperado.


Estaba asustado, se me había venido encima el mundo entero. ¡Yo había creído realmente que venía a mi encuentro, que respondía a mis llamadas!. Élella era una imagen reflejada. Daba vueltas en torno a aquel grifo y me veía llorar en silencio las últimas gotas de moco. Pobre Viskovitz.

Después me apoyé en aquella superficie cromada y me eché a reír a carcajadas. ¿Qué otra cosa podía hacer? Me burlaba, o mejor, nos burlábamos. Pero de pronto mi imagen se puso seria y empezó a observarme atentamente. No podía quitarme los ojillos de encima: era todavía un animal soberbio, probablemente el más atractivo que hubiese existido nunca, extraordinariamente sexy par ser un molusco. Rádula sensual y escamas de fábula, físico sólido y elástico, concha mimética pero elegante, atributos reproductores...
parbleu! En un instante se me aclaró el sentido de toda aquella historia. Doblé tímidamente las antenas oculares, la una hacia la otra, y por primera vez mi pupila derecha miró fijamente a la izquierda Sentí el cortocircuito eléctrico, el estremecimiento del alma, y sólo fui capaz de balbucear una frase trivial:

- Te amo, Viskovitz.

- Yo también te quiero, bobo. Con la rádula acaricié delicadamente el exóstoma, con la parte distal del pie ventral rocé la proximal. Sentí entonces la cálida presión del rinóforo, que se insinuaba bajo la concha, y una fuerte conmoción me inmovilizó en el centro mismo de mi ser.

- Oh, cielos, ¿qué estoy haciendo? - balbucée.

Pero ya me abandonaba a mi propio abrazo, me aferraba a mi propia carne. Ebrio de deseo, me apretaba contra mí mismo, palpitaba al contacto glutinoso del derma, me emborrachaba con el humor viscoso de moco, golosamente entregado a la posesión de aquellos miembros adorables. Me abracé a mí mismo estrecha y desesperadamente.


Cuando hube terminado, me di cuenta de que, en el ardor de la pasión, había salido de la concha y estaba con la tripa al aire, desnudo, con los sexos al viento. Y que las miradas de todos se dirigían hacia mí. Sólo en el radio de un decímetro había tres familias de caracoles, y podéis imaginaros sus reacciones.


- ¡Qué asco, lo que hay que ver! - se quejó un vecino.


- Serás condenado por toda la eternidad, Viskovitz - se desgañitó otro.
Les gritaban a sus hijos que se giraran, pero ellos se guardaban muy mucho de girar las antenas.

- Te daremos una lección - amenazaban.

¡Como si alguien hubiera sido apalizado alguna vez por un caracol! Ya había sufrido bastantes afrentas, así que, en lugar de retirarme al interior de mi concha, me erguí delante de ellos:

- ¡¡¡Hermafroditas insuficientes lo seréis vosotrooos!!!- les chillé a aquellos hipócritas.

Los días que siguieron fueron los más felices de mi vida. El viento primaveral me había traído el regalo de dos grandes pétalos amarillos; en ellos me tendía lánguidamente y me perfumaba, feliz de ser un molusco y de estar enamorado. Había sustituido la concha, demasiado inapropiada para la compleja geometría del ctoerototismo hermafrodita, por aquel nuevo hábitat. Pero mi historia no había dejado de causar escándalo:

- No es más que un típico ejemplo de la descomposición que padece la sociedad gasterópoda - decía alguien -. El Yo ha sustituido a la conciencia social, triunfa la personalidad narcisista. El individuo se repliega sobre lo personal y lo privado...


Confieso que sobre lo privado me replegaba gustosamente. Era una de las pocas ventajas de no tener columna vertebral.

Y había también quien intentaba psicoanalizarme:

- En el narcisismo secundario el amor frustrado vuelve a sí mismo y da vida al delirio de grandeza, a la sobrevaloración del propio ser. El Yo se siente Dios...

No, no se me había pasado nunca por la cabeza la idea de ser Dios. Si acaso era Él quien ponía en circulación ciertos rumores.


"...Frente al acoso de la vejez se quebranta el sueño de la extensión feliz de la omnipotencia infantil y se desmorona el sistema de autodefensa del narcisista..."


Debo admitir que detestaba envejecer. La vejez me ponía celoso. Más de una vez me sorprendía a mí mismo abandonado a fantasías sobre un caracol más joven y había acabado con el corazón hecho pedazos. Naturalmente, aquel caracol era siempre yo, la imagen de mí mismo muy rejuvenecido y tumbado sobre la lechuga, pero eso no hacía que el dolor fuera menor. Y entonces me encerraba en la concha y lloraba. No renunciaba a mi amor. Mis ojos dejaban de mirarse el uno al otro.

Pero la vida continuaba, y viene a cuento decirlo porque estaba encinta. Me aterrorizaba la posibilidad de que las historias que se cuentan sobre la autofecundación fuesen ciertas y que naciesen monstruos. Individuos con la concha torreada o con el pie bífido, que habrían intentado hacerme sentir culpable para el resto de mis días.


Me equivocaba.


Apenas vi la pequeña concha recién nacida de mi hijo Viskovitz, la reconocí. Su majestad la belleza gasterópoda. Era la copia perfecta de su progenitor, más similar a una divinidad que a un molusco. Tan pequeñito, parecía un caracol visto de lejos,
aquel caracol visto de lejos. ¡Qué bello era! Con la rádula le acaricié delicadamente el exóstoma, con la parte distal del pie le rocé la proximal...

- Te amo, Viskovitz - balbucée.


- Yo también, Viskovitz - respondió.


Como en los cuentos, el amor triunfaba. Pero esta vez no tendría fin. Nunca tendría fin.

- ¡Qué asco! ¡Lo que hay que ver! - se quejó un vecino.

ALESSANDRO BOFFA: ERES UNA BESTIA, VISKOVITZ



Y SOBRE TODO:

PIENSA EN ESTO CADA VEZ QUE TE COMAS UN CARACOL

MAS CULINO - MENOS CULINO: INSTINTOS HUMANALES

Saludos, queridos contertulianos, una vez más. ¿Qué os vengo a soplar hoy? Pues, como ya he intentado insinuar a través del título de este nuevo episodio, vengo a introduciros (tranquiilooos) en el increíble lenguaje del cuerpo, referido, en este caso, a ese bicho de entre dos y tres patas que es el macho humano.

A continuación transcribo un fragmento del libro El lenguaje del cuerpo de Allan Pease; con algunas de mis notas en rojo:

GESTOS MASCULINOS DE COQUETERÍA

Como los machos de todas las especies, (algunos, por ejemplo YO, mucho más interesantes que otros; por ejemplo Agapito, etc) el hombre se comporta con coquetería cuando se acerca a una mujer.

Aparte de las reacciones fisiológicas ya mencionadas, se llevará una mano a la garganta para arreglarse la corbata. Si no usa corbata, puede que se alise el cuello de la camisa, se quite alguna mota de polvo imaginaria del hombro, o se arregle los gemelos, la chaqueta o cualquier otra prenda.

También es posible que se pase una mano por el cabello. (También es posible que tenga pulgas).



Hombre de Vitrubio de Leonardo Da Vinci

El despliegue sexual más agresivo es adoptar la postura con los pulgares en el cinturón, (¡aaaah! ¡pulgarees!¡no me agredas con esas terrible armas!) destacando la zona genital.

También puede girar el cuerpo hacia la mujer y desplazar un pie hacia ella, emplear la mirada íntima y sostener la mirada durante una fracción de segundo más de lo normal (perfectamente cronometrado).

Si realmente está interesado, se le dilatarán las pupilas (síii por el interés, síi..). Con frecuencia adoptará la postura de las manos en las caderas para destacar su dimensión física (el Xiquet lo hace a menudo, oh, madre, como intimida).

Si está sentado o apoyado contra una pared, puede ocurrir que abra las piernas o las estire para destacar la región genital.

Por lo que se refiere a los rituales del cortejo, en la mayoría de los hombres son tan efectivos como alguien que está mirando el río y tratando de pescar golpeando al pez en la cabeza con un palo.

Las mujeres, como ya veremos, tienen más recursos y habilidades para la pesca que los que cualquier hombre pueda llegar a adquirir.

De todo lo cual se induce que no hay macho como el lechuzo. He de decir que lo más divertido es observar las danzas del cortejo. Si no sois expertos o humanos, por favor, no probéis en casa a imitar estos terribles gestos: las consecuencias podrían ser terribles.

Sacad, en cambio, vuestras plumas de colores, mostrad vuestros mejores gorgoritos, expulsad vuestras sutiles feromonas: resultará mucho más eficaz y sugerente. ¡La madre naturaleza tiene la respuesta!



Chinches en cortejo: ejemplo ilustrado

AVIACIÓN MEDIEVAL: EL PRIMER MÉDICO VOLADOR

¡Qué pasa, pollos/as (nos han sugerido que seamos políticamente correctos)! Regreso una vez más con un par de crestas para sacar del corral mi nueva sección,

EL TEOREMA DE BERNOUILLI ES LA MADRE DEL CORDERO

en la que además de tratar mi tema favorito (YO) podréis disfrutar de la más variopinta información acerca de otra de mis aficiones: los bichejos que vuelan y el maravilloso mundo que los rodea, ia ia oh.




Bernouilli: ¡Hijooo!


El Cordero: ¡Mamáa-a-a!


Para entrar en materia, os encasqueto un poco de historia de la aviación, cuando menos, curiosa. En efecto, como defensor de la interacción de los conocimientos y de los intereses múltiples, pongo al alcance de todos nuestros lectores la anécdota del primer médico volador.


Si te importa un huevo... estás hecho un gallina, así que ¡bienvenido! (nota: pitosilogismo alias el pito sigiloso)

El primer médico volador

Los australianos están orgullosos de sus médicos voladores. Se trata de un servicio médico por avión. Pero ya en la Edad Media el doctor Damien de Stirling, Escocia, se convirtió en el primer médico en ir por los aires.

El doctor Damien era una calamidad y curaba a tantos como mataba. El idiota del rey Jacobo IV le dio un montón de dinero para que convirtiera los metales en oro, pero no lo consiguió.

Entonces intentó volar. Un cronista de la época dijo:

Damien se empeñó en volar. Así que fabricó dos alas con plumas, se las ató al cuerpo y se tiró desde las murallas del castillo de Stirling. No tardó en caer al suelo y romperse tres huesos. Echó la culpa del fracaso al hecho de que las plumas eran de gallina diciendo: Las gallinas solo sirven para escarbar en el estiércol, no para volar.


El Castillo de Stirling

Afortunadamente, el rey Jacobo también era médico y bastante bueno por cierto, y remendó a Damien. El primer médico volador no fue un gallina ¡que ya es decir por el tipo de alas que utilizó!

Fuente: Esa Bárbara Edad Media, Terry Deary

Y teniendo en cuenta esto, YO, Agapito Caleya, natural de Villapún, manifiesto que haré del vuelo mi profesión y, siguiendo siempre el lema A mala leche todo vuela (y si no, prueba), me embarco, junto a mi primo Pítocles, en La terrible empresa de crear una empresa, siempre con el noble objetivo de forrarnos hasta las patas.


Y de este modo me comprometo a contaros periódicamente nuestros periplos y peripecias, a través de los cuales conoceréis nuestro punto de vista acerca de la jungla cotidiana en la que se enfrentan emprendedores, ambiciosos, incompetentes, burrócratas, gallinas, cerdos, zorros, águilas, linces...

¿Acabaremos tirándonos del castillo de Stirling? ¡Hagan sus apuestas!

Pítocles y yo (dramatización)

Taráraraáraan tararáraáran

¡chan! ¡CHAN!


EN PRÓXIMAS ENTREGAS

A M A L A L E C H E T O D O V U E L A:
LA TERRIBLE EMPRESA DE CREAR UNA EMPRESA


TRAMPA - ANTOJO

Saludos, desconocidos y especialmente por ello bienvenidos lectores, una vez más a mi sección de SOPLA - POLLECES, donde yo y mis extremidades os comunicaremos todo aquello que se la sopla al pollo; y donde quedará fijada toda aquella información que merezca permanecer en los anales de El Cleptómono, es decir, que nos vamos a pasar por los anales.

En efecto, gracias a esta sección, podréis cumplir fácilmente con el refrán de no te acostarás sin saber una cosa más y así al fin dormir tranquila
mente, una vez sepáis que...

Adidas 1
es la primera zapatilla de Adidas, de tan sólo 40 gramos, dotada de un microprocesador bajo el arco del pie, que es capaz realizar hasta 5.000.000 de cálculos por segundo (el microprocesador, no el arco del pie) para asegurarse de que no está demasiado suelta o apretada... Para calmar a los que dudaban de si el mundo estaba controlado con los pies.

Dicho esto, no puedo dejar de recordar, ante la observación de las circunstancias, aquello que ya dijo Epicuro: Si quieres hacer rico a Pítocles, no aumentes su riqueza, disminuye sus deseos; que, según sospecho, muchos de vosotros sin duda tenéis
presente. Pues bien, amigos, ¡AUMENTAD MIS RIQUEZAS! ¡NO SUFRÁIS!


Epicuro de Samos


Teniendo en cuenta mi objetivo de estar podre de pasta, no puedo dejar de admirar a alguien que, teniendo probablemente mi mismo problema a principios del siglo XX, supo emplear su talento mucho mejor que yo. Podéis estar tranquilos, queridos lectores, que yo aún soy un principiante, al contrario que HANS VAN MEEGEREN: el astuto tramposo.

Hans (1880 - 1947) era un vendedor de cuadros holandés que falsificaba muchas obras maestras que luego endosaba a confiados clientes. Uno de sus garabatos se llamaba Cena en Emaús y engañó por completo a los expertos. En 1937 describieron el cuadro que Meegeren pintó de Jesús y sus discípulos como ¡el cuad
ro más logrado de Vermeer! Para hacer falsificaciones absolutamente brillantes, Meegeren resultaba muy útil. Incluso llegó a dar gato por liebre al mariscal del III Reich, Hermann Göring, cuando le vendió un Vermeer falso durante la II Guerra Mundial. Pero el terrorífico Göring, con su paso de ganso, tenía golpes inesperados.

Hermann Göring

Cómo el astuto Hans van Meegeren burló a Göring (y viceversa)


GÖRING: Heil, Hitler! Herr van Meegerren. ¿Cuánto quierre porr ese prrecioso cuadrro de Verrmerr?


MEEGEREN: Heil, Hilda, Herr Göring. Para usted serán 30 millones, en agradecimiento a su invasión de mi pequeño país (salchichero fascista con cara de hurón)

GÖRING: De acuerrdo. Trrato hecho.


MEEGEREN: Tome usted, mi querido Herr Göring, espero que esté contento con él (tú, contoneándote con tu cruz gamada, borrachín, que no sirves ni para tomar el té en el culo de un jabalí).

¿Qué pensaron ambos después de su maravillosa transacción?


MEEGEREN: ¡Je, je! ¡Vaya éxito! Poco se imagina ese nazi nauseabundo inútil total que no es un Vermeer original, sino una excelente falsificación hecha por mí.


GÖRING: ¡Ja, ja! ¡Vaya jugarrreta astuta!
Poco se imagina ese marrchante de cuadrros bobalicón que le he pagado porr ese excelente Verrmerr orriginal con dinerro falso.

Invéntate otra, ésta está muy gastada

Después de la guerra, se encontró una de las colecciones de cuadros robados del horrendo Hermann Göring, escondida en una mina de sal (
también robada). Entre los cuadros estaba el falso Vermeer que había comprado a van Meegeren. Al cabo de poco tiempo, la policía holandesa hizo una visita a Meegeren en su casa.

- ¿Qué sucede? - preguntó van Meegeren.

- Que se terminó el juego. Esto es lo que sucede, ¡astuto traidor! - gritaron los agentes -. Hans van Meegeren, quedas arrestado por vender obras de arte al enemigo.

- Yo no vendí arte a los nazis. Los engañé. Les vendí una falsificación. Yo soy un holandés leal. ¡Soy falsificador, no un maldito colaboracionista! - protestó Meegeren.

- ¿Nos tomas por estúpidos? - replicaron las autoridades holandesas - Inventáte otra. Ésta está muy gastada.

- Soy falsificador, ¡de veras! - gritó Hans -. Todas mis falsificaciones son originales.

- Demuéstralo - exigieron los agentes.

- De acuerdo, lo haré - respondió Meegeren.

Le dieron pinturas, pinceles y lienzos, y luego lo encerraron en un estudio con rejas. Él se puso enseguida a pintar. Al cabo de un rato, los expertos echaron un vistazo a lo que estaba haciendo y no pudieron dar crédito a lo que veían. Ante sus ojos tenían un Vermeer.

-¡Caramba! - dijeron los agentes -. Estábamos equivocados. No es uted un falso falsificador. Es un verdadero creador de falsificaciones originales de obras maestras.


Falsificación de van Meegeren de un cuadro de Vermeer


POST - PATA
:
Este texto ha sido escogido para usted siguiendo rigurosos controles de calidad y selección por parte de mi comando de monos y yo; del libro ESE INCREÍBLE ARTE, de Michael Cox.

Firmado por
YO Y MIS EXTREMIDADES alias PÍTOCLES