UN DIÁLOGO DE BESUGOS

Saludos, navegantes atrapados en la red. El órgano directivo de El Cleptómono comunica que hoy ha llegado a nuestras costas, debido a la reciente publicación de un artículo de nuestro compañero Willy Roe Ratas (Lo que nunca quisiste saber sobre los caracoles pero aún así vamos a contarte) la carta de un lector que manifiesta su indignación, haciéndonos llegar su particular historia.

Transcribimos literalmente su aletescrito y lo colgamos aquí en el Miccionario, al alcance de todos nuestros lectores.


UN DIÁLOGO DE BESUGOS



Gris, suaves reflejos más o menos rojizos, flancos y vientre plateados. Mancha rojo oscuro en el borde superior del interior de las pectorales. Cabeza fuerte. Diámetro del ojo mayor que la longitud del hocico. Cuerpo rechoncho pero alto. Las largas pectorales no alcanzan nunca el ano.

63 centímetros de perfección, 5 kilos y 59 gramos de nutritiva belleza. Discreto pero elegante.

¡Por las barbas del siluro, si es que estoy buenísimo! Hemos de reconocerlo: a pesar de ser un pez marino muy común, no hay espárido más hermoso en las costas europeas, desde la zona tropical del Atlántico hasta Noruega, ¡ni siquiera en el Mar Mediterráneo!

Y soy capaz de comerme a quien diga lo contrario. De hecho, hasta me vendría bien: ser un besugo vegetariano en esta sociedad carnívora echaría por tierra mi reputación de no ser por mi admirada belleza. No en vano los castellano-parlantes emplean, además de la palabra besugo; el vocablo voraz para referirse a un ejemplar de nuestra especie.

Podría parecer vanidad pero puedo asegurar que, después de haber eclosionado junto a mi casi medio millón de hermanos, fui el más precoz: el primero en abandonar el estado larvario y dejar de formar parte del plancton, cuando contaba tan sólo con 1 año, 9 meses y 41 días de edad.

Tras el abandono de papá y mamá y tras perder de vista a la mayor parte de mis hermanos tenía pensado forjar mi carácter en solitario, escama a escama. Lo de todo alevín... nadar, conocer mundo, dar respuesta a mis preguntas, quizá adentrarme hasta los 300 metros de profundidad, pedir consejo a los ancianos.

Pero no tardé en darme cuenta de que a cada coletazo que daba, los bancos más próximos giraban en perfecta formación, los moluscos se ocultaban torpemente y un escalofrío recorría el pedúnculo caudal de los sargos.

El día de la revelación se produjo poco después, cuando, pensando en mis cosas como iba, tropecé con una enorme dorada.

- ¡A ver si miras dónde pones las aletas! - me escupió. Pero acto seguido nos miramos y se hizo el silencio.

Nos miramos, es decir, ella me miró y yo me miré. Oh sí, os digo que, reflejado en aquel plateado dorso, vi al que podría decirse el más bello de todos los teleósteos perciformes.

En ese mismo momento comprendí que yo no era un cualquiera. Comenzaron a lloverme ofertas para formar parte de los bancos más prestigiosos. Todas las mañanas me acicalaba frente a una concha de almeja pulida, pulpeaba con las jóvenes hembras, hacía amago de sorber algún calyptraea chinensis. Pero poco sabían mis admiradores y conocidos cuánto se alejaba eso de mis auténticos intereses. Mi misión era la Belleza, pero la Belleza con mayúsculas; nada de tonterías de pintarse los morritos con coral importado.

Decidí que lo mejor sería procurarme una buena formación: pronto alcanzaría la madurez sexual, la mancha negra en el inicio de la línea lateral que caracteriza a los besugos adultos no tardaría mucho más en hacer su aparición.

Contacté en secreto con un ermitaño, un Octopus Vulgaris que gozaba de fama como gran sabio y consejero, quien me distinguió oficialmente de los Pagrus Pagrus bautizándome como Calisto (del griego kallistos: el más hermoso) y me inició en el Mar Allá.



Octopus Vulgaris

Mi maestro

Estudié Arte, Literatura, Matemáticas, Filosofía. Comprobamos que en mi torneado cuerpo se cumplía el canon de ocho aletas de Pecicleto, las perfectas medidas del Pez de Betrubio. Pero fue la Biología la que me proporcionó la palabra clave: eugenesia.

Leí infinidad de libros para informarme, compré multitud de enciclopedias, me suscribí a El Cleptómono. Pero el conocimiento traía consigo aterradoras sorpresas.

En el mundo terrenal, del que Octopus me sugirió que me alejase, éramos conocidos como animales más bien torpes y sin capacidad de conversación. ¡Diálogos de besugos, decían, refiriéndose a intercambios verbales sin sentido! ¡Santo Moby Dick! ¿Cómo podían atreverse? Besugos como yo, cultos, bellos, racionales, amantes del arte, pez de habla y aletas. ¿Acaso no conocían a nuestro tocayo, Rousseau*?

Y ¿cómo era posible que en mi enciclopedia de cortejo sexual Eres una bestia, Viskovitz, hablasen de un maldito egocéntrico hermafrodita insuficiente como es un feo caracol y no de MÍ? ¡Y que lo publicasen en El Cleptómono!

Era algo que no podía soportar. Pero lo peor vino después.

-¡¿Hermafroditas!? - me estremecí.

- En efecto - me confirmó Octopus - los besugos, al igual que el resto de los espáridos, sois hermafroditas. Iniciáis vuestra juventud siendo machos, y al pasar varios años, os transformáis en hembras. Siento no habértelo dicho antes, Calisto, pero no quería herir tus sentimientos.

Vaya, tenía que haberlo sospechado. Ya me parecía a mí que era un poco raro que sólo hubiese machos entre medio millón de hermanos.

- E..e..entonces eso significa que.. ¿no podré aparearme con Eugenia?

Ella era la besuga más perfectamente formada (después de mí), deseada por todos los peces del banco. Pero no me había atrevido a acercarme a ella hasta que estuviese verdaderamente preparado. No quería que pensase que iba a ser un pez de verano como cualquier otra. Y después de tanto esfuerzo ¡iba a convertirme en una hembra!

- Es un problema que no tengáis la misma edad. Así que tendrás que darte prisa antes de que... estire la aleta, vamos.

Contuve mis branquias durante un instante. Está bien, está bien. Había estudiado mucho y se trataba de cumplir mi sueño y mi misión. La inexorabilidad de las leyes de la naturaleza me obligaba a hacer caso a los estoicos ¿o es que acaso no tenía agallas para hacerlo?

Octopus nos concertó una cita cerca de la orilla. Pensé que un territorio inexplorado lo haría todo aún más emocionante. A la hora prevista nadé hacia allí, nervioso, pensando qué decir. No sólo importaba mi belleza, eso estaba claro que funcionaría.

Quería conquistarla con mi personalidad, con mi tono de voz, con mi modo de decirle lo hermosa que era y de contarle cosas del Mar Allá. Porque el amor no es más que un diálogo entre los besugos. Eso es lo que importa. Estoy seguro.

Era un cálido día de agosto, el sol poniéndose acentuaba los brillantes reflejos de mi torso convirtiéndolos en un magenta de ensueño. Ella se acercó aleteando tímidamente.

- ¡Eugenia! - la saludé - Estoy encantado de poder hablar contigo al fin. Bueno, aquí estoy, soy yo, Calisto.

- ¿Cenar pisto? - dijo - Bueno, sí, ya había escuchado rumores de que eras vegetariano, pero no sé... yo prefiero unas buenas gambas, ya sabes.

- Estás muy hermosa esta tarde - se me ocurrió decir, un poco aturdido.

- Oh sí, a mí también me encanta el mes de agosto - me sonrió - ¡Cuéntame algo!

Empecé a comprender por qué el lenguaje gestual era tan importante.

- ¿Sabes cómo se pueden reconocer las boñigas de los osos en agosto? - dije sacudiendo la dorsal.

- Tienes toda la razón, no hay quien soporte a esas lubinas.

- ¡Exactamente! Porque están moradas, ¡de comer arándanos!

- Me gustas mucho, Calisto.

- Yo a ti también - le respondí.


Firmado: Calisto Pagrus



Calyptraea Chinensis

Gasterópodos de concha cónica sin agujero ni escotadura


* Rousseau también significa besugo en francés



Producción exclusiva de El Cleptómono