DE EL CLEPTÓMONO, VIDA Y MILAGROS: CÓMO INNOVAR EN TUS REDACCIONES

Cuando tenía diecisiete años, por alguna razón que no recuerdo, mi profesor de Psicología me dijo que parecía un pollo mojado. Al poco tiempo, tratando algún tema que tampoco recuerdo, nos encargó como deberes escribir una redacción sobre lo que habíamos hecho el domingo. Nunca llegué a entregarla, el por qué tampoco lo recuerdo, pero he aquí.

“¿QUÉ HIZO EL DOMINGO?”

A modo de nota introductoria, se advierte de que este texto se basa en sucesos reales, tomando como referencia lo que a continuación se detalla. Se tiene en cuenta asimismo la subjetividad del autor, a la espera de más datos contrastables.

A fecha 2006, en el mes de noviembre, día 26, martes, hora aproximada 7:57 p.m., desconociendo quien escribe causas e intenciones, el individuo a quien identificaremos con las iniciales P. C. (en adelante, “Señor PAPA CHARLIE”) demanda al colectivo, formulando la cuestión que como título se toma.

¿Dónde y cómo, pues, en qué circunstancias y movido por qué intrínsecas y/o externas motivaciones, se encontraba un ente de unos diecisiete años, del género alumno entre otras cosas, llevando a cabo qué actos o potencias, entre las cero y las veinticuatro horas del inmediatamente anterior día domingo? En todo caso, parece presumiblemente improbable que estuviese haciendo divisiones.

Habida cuenta de esto, el individuo respondiendo a las iniciales C. R., alias “eso que parece un pollo mojado (por lo tanto, en adelante “PAPA MIKE”), facilita por la presente la siguiente versión, ante el requerimiento de “redacte usted”.

Redacte yo:

Uno, por ejemplo yo, pero preservando en alguna parte la forma impersonal, por si las moscas esta redacción hubiere algún día de ser reproducida, (total o parcialmente, por un módico precio o no) o tal vez porque es sabido, al menos por uno, que todo lo que diga (más aún siendo por escrito) podría ser utilizado en su contra; así uno se despertó, parece ser, según apuntan todos los indicios y a pesar de que la investigación no cuenta con testigos presenciales, por causas naturales y sin rastro de insecto aparente, a eso de las nueve y media a.m. NOTA: domingo.

Lo que pasa es que uno ha sido iniciado en el latín, he aquí, por tanto, que al percatarse de esta situación “domingo”, no pudo escapar al “véase: dominus diei”, digamos, “día del Señor”. Uno, sin embargo y por el momento, no tiene conciencia de ser un señor, ¿qué puede hacer, sino plantearse, como resultado, qué puede hacer con el día, si ni siquiera es suyo?

Pues bien, encontrándose en tales circunstancias y no pudiendo eludir la reminiscencia de saberse dotado de piernas, brazos, bla, bla, bla, bla, ojos, boca, pelo – en el que los sectores más liberales y exaltados, tanto del norte como del sur y tras esporádicas revueltas nocturnas, se levantaban por la independencia de las colonias – resolvió, en síntesis de todas estas partes y otras más, levantarse como a un bípedo de su clase corresponde y, cargado con su ánimo más empirista, en vista y en olfato del correcto funcionamiento de sus sentidos, se dirigió a la ducha.

El agua, la temperatura y el vapor fueron así interpretados como representación del tiempo, los climas, ¿qué más que conceptos que surgían a cada paso, después de haber estado mecanografiando apuntes de Geografía? No estaba más que condicionado, pero, en plena consciencia, o eso creía, el resto vino dado por el instinto. Estómago, bla, bla, bla, comida, bla, bla, bla, sed, bla, bla, bla, deseo, bla, bla, bla.

Un grito materno, entonces, resulta providencial. Sí, a la voz de “nos vamos, para comer tienes pollo y deja la cocina recogida, por Dios”, el conocimiento de que en tal momento, el tal día domingo, el alimento estaba ahí, calmó, puede ser, mi mente instigada, permitiéndole dedicarse a otras tribulaciones.

Bebió, sí. Comió, también; aun sin saber - ¡oh desdicha! – que días más tarde habría de averiguar que estaba hincando el diente a un semejante.

Se elevó – en su condición de pollo, tan sólo de la silla – lavó sus dientes con los restos del delito, se vistió, sofocó, en tanto pudo, los amotinamientos de su cabeza, concertó una cita, recogió, por Dios, la cocina (que para eso era el día del Señor). Eran las cuatro de la tarde cuando salió, compró una caja de pastas, se relacionó con otro bípedo de ésos, se comieron las pastas, se rió, vio una película, le recordó a la clase de Historia, salió a la calle, hacía frío, su cabeza se llenó, claro está, de isotermas, entró en un bar atendido por chinos, bebió agua, comió patatas fritas y jugó a las cartas con una baraja francesa comprada en Portugal, recordó, por supuesto, palabras malsonantes en francés, tarareó algunos fados y ganó la partida en tres o cuatro manos – esto no lo recuerdo, pero es evidente que lo que importa es que ganó.

Justo a tiempo, porque habían estado hablando también del tiempo, llegaron las nueve y media – sí, otra vez – pero ahora p.m. (para mí) y entonces uno regresa al cobijo habitual, se pone el pijama – esto es indispensable – y lee un poco de un libro que dice algo del vuelo de la mente, y así entrega más tarde su razón al sueño manipulador.

Esto es lo que uno que habla de su domingo puede decir, pero, bien, tengamos en cuenta si hay otros datos, así como uno no comía sin más, y aunque estaba solo, se sabe que otras cosas importantes se sucedieron. Sucedieron, sí, y se sucedieron, pero, ¿era uno consciente? ¿hasta qué punto dice la verdad? Se deduce, pues, que se mantuvo respirando, que el corazón latió, que actos involuntarios, pero no ajenos, tuvieron lugar, sin duda, para el cuerpo, pero no así para la mente.

Así pues, ¿qué otra cosa podría haber hecho, sino vivir?

Don't swear


Dedicado a Primitivo, genial profesor.