CURIOSIDAD INFANTIL

Y en honor a la curiosidad infantil, porque nunca se apague y porque menudos lectores tenemos, inauguramos EL CLEPTOmini, por todo lo monicacos y monigotes que fuimos y porque todavía lo somos.

Os presentamos a nuestro colega Coquillo, que se encargará de contarnos las mejores pequeñeces de vez en cuando.


COQUILLO


Coquillo nos recomienda comer muchas
sardinas ¡GUAU!, que son muy buenas pa'l puerpo, y nos sugiere el siguiente minicuento para inaugurar nuestra pequeña sección.


CURIOSIDAD INFANTIL

El señor Cristóbal, antiguo servidor de una casa de andaluces, tenía muy cerca de ochenta años, las piernas flojas y la cabeza fuerte.

Aunque no estaba ya para muchos trajines, ni aun para pocos, los señores, agradecidos a los favores que toda la vida les prestó, le conservaban a su lado de muy buena gana. Añádese a esto que Cristóbal era pintiparado para entretener a la gente menuda, y que en la casa había dos niños, Perico y María: nardo y rosa, como dijo el poeta.

Una tarde, entre el niño y la niña agotaron, si no la paciencia, que era inagotable, sí la sabiduría del pobre viejo, que no lo era tanto.

- Cristóbal, ¿cuántas estrellas hay?

- Según..., unas noches hay más y... otras noches hay menos...

- ¿Y por qué?

- ¡Toma! Porque... las noches de luna... las estrellas no salen
toas.

- La luna, ¿no es una estrella, tú?

- No; la luna... es la luna.

- Y las estrellas, ¿dónde están sujetas?

- En el aire,
mía este.

- ¿Y no se pueden caer?

- No tengas
cuidao. Mira qué viejo soy yo y no he visto caerse ninguna.

- Y el sol, ¿dónde está?

El señor Cristóbal, temeroso de meterse en un callejón sin salida, dio un silbido por respuesta.

- ¿No lo sabes?

- ¡No lo había
e sabé! (Claro está que no lo sabía.)

- ¡Oye, Cristóbal! - interrumpió la niña, a quien preocupaban en extremo las cosas santas, - ¿quién es más, el Papa o el Rey?

-
Er Papa.

- Pues Perico dice que el Rey.

- Y es más el Rey - saltaba Perico con aplomo que hacía dudar al oráculo.

- Sí, porque tú quieras - replicaba éste como esquivando entrar en discusiones.

- Oye, Cristóbal, y los curas, ¿qué son?

- Curas.

- Oye, Cristóbal, el tren, ¿cómo anda?

- ¡
Er tren! ¿Tú no has visto er carbón que lleva entro?

- Sí.

- ¿Y
er maquinista?

- También.

- ¡
Pos ahí lo tienes...! No hay más que fijarse en las cosas.

- Oye, Cristóbal, ¿los fósforos son veneno?

- Oye, Cristóbal, ¿los moros son malos?

- Oye, Cristóbal, ¿quién es más grande: Sevilla o España?

- Oye, Cristóbal, ¿por qué llueve?

- Oye, Cristóbal, ¿quién ha sembrado los árboles?

- Oye, Cristóbal, ¿quién puede más: un toro o un caballo?

- Oye, Cristóbal...

- Oye, Cristóbal...

Cristóbal tuvo que acabar por taparse los oídos. Cuando era más fuerte el tiroteo, acertó a pasar por allí la señora de casa, y preguntó, acariciándoles:

- ¿Son malos, Cristóbal?, porque si son malos, desde mañana van a la escuela. ¡No hay vacaciones!

Y el señor Cristóbal, suspirando y riendo a la vez, se atrevió a contestar:

-
Zeñorita Carmen, er que va a tener que ir a la escuela desde mañana soy yo.


Joaquín y Serafín Álvarez Quintero